Hace poco oí a un chico heterosexual quejarse de que ahora estaba mal visto hacer chistes de mariquitas (no, no era el tontolaba de Bertín Osborne) y de que ahora los gays hacían chistes burlándose de todo lo que a ellos les gustaba: el fútbol, que no se comieran un colín cuando salían de marcha, que se vistieran como si se hubieran caído por un barranco, y que entendieran la decoración de interiores por colgar un póster de mierda del Real Madrid en el medio del salón. Lo decía con una amargura que me dio pena de verdad, luego se me pasó cuando llegué al trabajo: encendí el ordenata, tomé café, solté tres tonterías con las chicas de mi curro, me echaron la peta en sorround, apagué fuegos dando raquetazos como la Kúrnikova, me apreté una caña de crema y luego volví a casa escuchando a Bruno Mars. Un dial genial, vaya.Seguir leyendo